
Llevo unos ocho años siendo socio de la ONG Médicos Sin Frontera (MSF). Mi aportación mensual es de 25 Euros; una miseria, teniendo en cuenta que una de las pocas cosas que me sobran en esta vida es dinero, a pesar de pertenecer humildemente a la masificada clase media occidental (supongo que el secreto consistirá en no crearme necesidades absurdas).
Cuando me pregunto por los motivos que me llevaron a unirme a esta corporación, siempre llego a la misma conclusión: la necesidad de sentirme útil en un mundo injusto, intentar eliminar (sin conseguirlo) el sentimiento de culpabilidad que me embarga por haber nacido en el lado privilegiado de la humanidad, en definitiva, sentirme bien conmigo mismo (¡qué bien, estoy ayudando a los pobres negritos a vivir mejor!), o sea, unos motivos puramente egoístas y nada altruistas.
Pero estos motivos tan poco filantrópicos poco importan a los integrantes activos de MSF, ni mucho menos a esos pobres negritos que sobreviven cada día gracias a la ayuda que se les proporciona (interesada o desinteresadamente).
Esa es la razón por la que decidí suscribirme, y si continúo aún después de tantos años es gracias a que ellos se encargan de convencerme anualmente (y advierto que soy bastante escéptico en estas cuestiones) de que mi patética aportación sirve para algo y llega a donde tiene que llegar (con 10 Euros al mes durante un año se vacunan a 400 niños contra la meningitis). Cada año recibo en mi buzón de correos la memoria del año anterior, donde se especifica detalladamente el destino de cada euro que reciben, así como los innumerables proyectos que tienen en marcha por todo el planeta, allá donde existan poblaciones en situación precaria, víctimas de catástrofes de origen natural o humano, conflictos armados....
Gracias a los más de 200.000 socios españoles y a los tres millones y medios mayoritariamente en Europa y América, MSF salva todos los años miles de vidas humanas y dota a otras tantas de unos medios de vida mínimamente aceptables, en cualquier parte del mundo, bajo cualquier circunstancias (prácticamente todos los años mueren algunos de sus integrantes debido a los conflictos armados bajo los que actúan), sin discriminar razas, ideologías, creencias ni colores políticos.
Su presencia siempre es independiente e imparcial, permitiéndoles realizar una acción inmediata y temporal de asistencia, asumiendo riesgos, confrontando al poder y utilizando el testimonio como medio para provocar cambios a favor de las poblaciones.
Por todo ello siguen contando con mi total confianza y apoyo.
A veces la solidaridad es tan sencilla de ejercer, como puede serlo el hecho de rellenar un cupón de suscripción (por ejemplo haciendo clic aquí).
Si de verdad les preocupa la injusticia, el hambre y la miseria que campa a sus anchas por este mundo, pero no tienen la posibilidad o la valentía (como es mi caso) de hacerle frente directamente, mirándole a la cara, el mejor consejo que les puedo ofrecer es que confíen en aquellos que sí que saben cómo hacerlo, que llevan muchos años haciéndolo, que tienen medios para hacerlo, pero que necesitan nuestra ayuda para hacerlo.
La humanidad se lo agradecerá y sus conciencias se sentirán más relajadas.